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Reflexión sobre una caída

  • magdafitipaldi
  • 29 dic 2016
  • 3 Min. de lectura

La Ruta 1, minutos antes de caer

Hoy, un mes después de la caída, estoy más convencida que nunca que todo pasa por algo, y que aunque nos pasemos la vida tratando de descifrarlo y quizás nunca podamos entenderlo del todo, ese propósito final es Bueno. Sigo y seguiré procesando lo que pasó aquel día, puede que con el tiempo se me vayan entreverando de los detalles, pero lo que sentí al subir la montaña una vez que me di cuenta que me había salvado fue tan fuerte y tan genuino que no me lo voy a olvidar jamás. Cómo cuando uno está a punto de empezar un viaje y no puede contener el entusiasmo, me inundaron unas ganas inmensas de VIVIR!

Ese sentimiento se ha transformado en mi despertador cada mañana y hoy me empuja a compartir esta reflexión... y capaz que con suerte hasta se los pueda contagiar.

Y si empezamos a ver la vida como un largo viaje?

Estamos por irnos de viaje! Hay dos tipos de viajeros, y nosotros antes de comenzar o en cualquier momento del viaje, podemos elegir que tipo de viajero queremos ser.

Está aquel que querrá llegar bien rápido al destino final, no querrá perder tiempo, y menos andar lidiando con los percances típicos de un viaje largo. Al llegar, decidirá quedarse la mayor parte del tiempo en el hotel, tranquilo, con sus amigos, pues no vino para cansarse ni para soportar a gente que no conoce. Aparte su equipaje es muy grande y pesado como para andar moviéndose de un lado para el otro. Al final, no querrá que el viaje se le termine, sentirá que se le pasó volando el tiempo. Le tendrá miedo a la vuelta, al futuro incierto, y mientras que hace malabares para meter todos los souvenirs dentro de su enorme valija, intentará recordar lo poco que hizo durante su estadía, y todo lo que le quedo por hacer. En el aeropuerto se le perderá el equipaje, aquel que él tanto valoró durante el viaje. Tendrá algunos cuentos para contar, pero los días calcados se mezclarán en el recuerdo, y podrá resumir su estadía con un par de adjetivos ambiguos. Querrá volver el tiempo atrás, recuperar los años perdidos y vivirlo todo de nuevo. Pero ya es muy tarde, es hora de partir.

Pero también está aquel otro viajero... él irá lento por el camino, conociendo cada curva de la ruta y parando en cada esquina para replantearse que recorrido. Lo que le importa es estar en marcha, siempre. Al encontrarse con otros viajeros, tal cual peregrino en el Camino de Santiago, les sonreirá y los saludará gritando, "Buen camino!" Algunos se unirán a él, otros acelerarán, y otros decidirán volver a la comodidad, pues el trayecto les parecerá demasiado largo y dificultoso. Pero él seguirá, porque lo que busca es caminar con el tiempo, y no verlo pasar desde la ventana.

No tendrá un día de tranquilidad, pero recordará cada momento, cada persona, cada locura, cada dolor, cada comida, cada amor, cada paisaje, cada atardecer y cada camino. Su equipaje será liviano, una mochilita con lo indispensable, y si se pierde no importa, si precisa algo seguro que en el camino lo encontrará. Coleccionará momentos en vez de souvenirs, y terminará con el corazón hecho un remolino de sentimientos, y en la mente una enciclopedia desbordada de recuerdos desordenados.

Para resumir el viaje necesitará inventar un nuevo idioma, ya que no podrá expresar tantas vivencias y emociones con palabras mundanas. El final del viaje no le asustará ni le preocupará. Es más, lo esperará con una mezcla de ansias y nostalgia, con el mismo sentimiento que lo arrebata cuando llega la hora de dejar un pueblo, saludar a su gente - con esa lagrima picarona que siempre se escapa sin permiso - y continuar una vez más el camino.

Ese mismo camino que le enseñó que el final de un viaje no es más que el principio de otro.

 
 
 

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